El recordeu?
Destino el va publicar el 1989.
A la contraportada, un missatge d'Umberto Eco:
Fem el nostre homenatge a Umberto Eco -que va escriure aquest i uns altres dos contes, Los gnomos de Gnu i La historia de los novios- transcrivint el text sencer, que hem trobat a diversos webs i blogs. Tingueu paciència i arribeu al final. Val la pena.
LOS TRES COSMONAUTAS
Había una vez la tierra.
Había una vez Marte.
Estaban muy lejos el uno de la otra, en medio del cielo, y alrededor había millones de planetas y de galaxias.
Los hombres que habitaban la tierra querían llegar a Marte y a los otros planetas, ¡pero estaban tan lejos!
De todos modos, se pusieron a trabajar. Primero lanzaron satélites que giraban dos días alrededor de la tierra y luego regresaban.
Después lanzaron cohetes, pusieron perros, pero los perros no sabían hablar, y a través de la radio transmitían sólo “gua- gua.” Y los hombres no podían entender que habían visto y a donde habían llegado.
Al final encontraron personas valientes que quisieron ser cosmonautas. Se llamaban así porque partían para explorar el cosmos, es decir, el espacio infinito, con los planetas, las galaxias y todo lo que nos rodea.
Los cosmonautas, al partir, ignoraban si podían regresar. Querrían conquistar las estrellas, para que un día todos pudieran viajar de un planeta a otro, porque la tierra se había vuelto demasiado estrecha y el número de hombres crecía día a día.
Un buen día partieron de la tierra, desde tres puntos distintos, tres cohetes.
En el primero iba un norteamericano, que silbaba muy alegre un motivo de jazz.
En el segundo iba un ruso que cantaba, con voz profunda, “volga-volga”
En el tercero iba un negro que sonreía feliz, con dientes muy blancos en su cara negra. En efecto, por aquellos tiempos, los habitantes del África, que finalmente eran libres, habían demostrado ser tan hábiles como los blancos para construir ciudades, máquinas y naturalmente para ser cosmonautas.
Los tres querían llegar primero a Marte para demostrar quién era el más valiente. El norteamericano, en efecto, no quería al ruso, y el ruso no quería al norteamericano y todo porque para dar los buenos días, decía: “how do you do”, y el ruso decía. “zgpabctbyutge”.
Por eso no se comprendían y se creían distintos.
Los dos además no querían al negro porque tenía un color distinto.
Por eso no se comprendían.
Como los tres eran muy valientes, llegaron a Marte casi al mismo tiempo.
Llegó la noche. Había en torno de ellos un extraño silencio, y la tierra brillaba en el cielo como si fuese una estrella lejana.
Los cosmonautas se sentían tristes y perdidos, y el americano, en la oscuridad, llamó a la mamá.
Dijo: “mamie”
Y el ruso dijo: “mama”
Y el negro dijo: “mbamba”
Pero enseguida comprendieron que estaban diciendo lo mismo y que tenían los mismos sentimientos. Así fue que se sonrieron uno al otro, se acercaron, juntos encendieron un fueguito, y cada uno cantó canciones de su país. Entonces se armaron de coraje y, mientras esperaban el amanecer, aprendieron a conocerse.
Por fin se hizo de día: hacía mucho frío. Y de repente, de un grupito de árboles, salió un marciano. ¡Era realmente horrible verlo! era todo verde, tenía dos antenas en lugar de las orejas, una trompa y seis brazos.
Los miró y dijo: ¡grrrr!
En su idioma quería decir: “mamita querida”, ¿quiénes son esos seres tan horribles?
Pero los terrestres no lo comprendían y creyeron que su grito era un rugido de guerra.
Fue así como decidieron matarlo con sus desintegradores atómicos. Pero de pronto, en medio del enorme frío del amanecer, un pajarito marciano, que evidentemente había escapado del nido, cayó al suelo temblando de frío y de miedo. Piaba desesperado, más o menos como un pajarito terrestre. Daba realmente pena. El norteamericano, el ruso y el negro lo miraron y no pudieron contener una lágrima de compasión.
En ese momento sucedió algo extraño. También el marciano se acercó al pajarito, lo miró y dejó escapar dos hebras de humo de la trompa. Y los terrestres, de golpe, comprendieron que el marciano estaba llorando. A su modo como lloran los marcianos.
Después vieron que se inclinaba sobre el pajarito y lo alzaba entre sus seis brazos tratando de darle calor.
El negro, que en otros tiempos había sido perseguido porque tenía negra la piel y por eso mismo sabía cómo son las cosas, dijo a sus dos amigos terrestres:
¿Se dieron cuenta? Creíamos que ese monstruo era distinto de nosotros, pero también el ama a los animales, sabe conmoverse, ¡tiene un corazón y sin duda un cerebro! ¿Creen todavía que hay que matarlo?
No era necesario hacer semejante pregunta. Los terrestres ya habían aprendido la lección. Que dos personas sean distintas no significa que deban ser enemigas.
Por tanto, se acercaron al marciano y le tendieron la mano.
Y el que tenía seis, les dio la mano a los tres, a un tiempo, mientras que con las que le quedaban libres hacía gestos de saludo.
Y señalando la tierra, distante del cielo, hizo entender que deseaba viajar allá, para conocer a los otros habitantes y estudiar junto a ellos la forma de fundar una gran república espacial en la que todos se amaran y estuvieran de acuerdo. Los terrestres dijeron que sí, entusiasmados.
Y para festejar el acontecimiento le ofrecieron un caramelo. El marciano muy contento, se lo introdujo en la nariz. Pero ya los terrestres no se escandalizaron más.
Habían comprendido que, tanto en la tierra como en los otros planetas, cada uno tiene sus propias costumbres, pero que sólo era cuestión de comprenderse los unos a los otros